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LA MAYOR TRAGEDIA MINERA EN MURCIA, EL ACCIDENTE DE LA MINA IMPENSADA DE MAZARRÓN EN 1893

LA MAYOR TRAGEDIA MINERA EN MURCIA, EL ACCIDENTE DE LA MINA IMPENSADA DE MAZARRÓN EN 1893
Autor: Mariano C. Guillén Riquelme (Cronista Oficial de la Villa de Mazarrón)

 El escape de grisú que ha matado a seis mineros en un pozo de la cuenca minera leonesa reabre, casi sin querer, uno de los capítulos más amargos en la minería murciana del siglo XIX. El 16 de febrero de 1893 se producía en la mina “Impensada” de Mazarrón el accidente con mayor número de víctimas de la región; nada menos que 28 infelices mineros caían fulminados a casi 400 metros de profundidad, asfixiados por inhalación de gas carbónico. Un corresponsal del Diario de Murcia se trasladó a la villa minera desde donde telegrafió los siguientes párrafos dos días después del siniestro: «Mazarrón, 11 y 45 de la mañana. Desde la oficina de telégrafos en la calle de Los Lardines se ven pasar carros con muertos en ataúdes. Acto tristísimo, fúnebre, al que asiste casi todo el vecindario con un silencio imponente. Van extraídos veintiocho muertos; en cuyo aterrador número se supone estén todas las víctimas. Descompuestos cadáveres, a pesar de la desinfección, dejan olor de muerto por la calle, si no es aprensión, de la atmósfera de muerte que respiramos. Gentío inmenso en el cementerio, a donde se dirige el juez, Sr Cardona, por haber cuatro cadáveres sin identificar».

Y como suele suceder en casos similares, las historias particulares de cada minero fallecido eran sobrecogedoras. Al respecto, la prensa de la época describía la fatídica coincidencia de un tajo de albañiles que aquél día sólo bajaban a la mina a entregar una obra de entibado; el caso de un pobre operario que había sido admitido a trabajar esa misma jornada, después de grandes empeños, pues para colocarlo fue preciso despedir a otro que, tras el accidente, no cesaba de dar gracias a Dios por verse con vida; la muerte de dos jóvenes especialistas mecánicos llegados de Siegen (Westfalia) el día anterior, a montar la bomba de desagüe del pozo; o quizá el suceso más desgarrador, una pobre mujer que perdía cuatro hijos y un yerno en el accidente. Según relatan las crónicas periodísticas, el funeral celebrado en la iglesia de San Andrés fue solemne, presidiendo el Ayuntamiento de aquella villa y asistiendo los cantores de la ciudad de Murcia, Sres. Millán, Pérez y Carreño. El templo se hallaba totalmente invadido de fieles y durante la función religiosa cinco mujeres sufrieron desfallecimientos. Luego fue constituida en Mazarrón una Junta de Socorro que inmediatamente abrió una suscripción popular para socorrer a las familias damnificadas por la catástrofe. José Martínez Tornel, director del Diario de Murcia, escribirá: «…hacemos un llamamiento a los murcianos caritativos, diciéndoles que en la redacción de este periódico queda abierta una suscripción para aliviar la inmensa desgracia de las familias de los que tan cruel muerte hallaron en la Impensada».

A finales del siglo XIX la vida de los mineros que realizaban labores subterráneas en las sierras de La Unión, Cartagena o Mazarrón, valía bien poco. Su existencia dependía muchas veces del hilo invisible que sostenía una gran masa de piedra sobre sus cabezas, del mayor o menor retardo en la explosión de un barreno, o de una inesperada invasión del mortífero gas carbónico. Así pues, la minería llegó a ser fuente de riqueza para determinadas empresas y empresarios que, sin embargo, ignoraban la realidad de varios miles de jornaleros, abandonados a su suerte y expuestos a evidentes peligros. Además, en la eterna disyuntiva que confrontaba el hecho de obtener beneficios frente a reducir riesgos, Murcia se colocaba entre las provincias mineras con mayor tasa de siniestralidad laboral y menores recursos sanitarios. Aunque mucho más lamentable fuera constatar cómo aquellos accidentes llegaron a formar parte de la cotidianidad y la población asimiló esa pérdida de vidas humanas como una inevitable contribución al progreso.



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